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Reina María Rodríguez. Almeno così lo vedevo in controluce 
Traduzione di Gordiano Lupi
02 Gennaio 2014
 

al menos así lo veía a contraluz

 

Para Fernando García

 

he prendido sobre la foto una tachuela roja.
-sobre la foto famosa y legendaria-
el ectoplasma de lo que ha sido,
lo que se ve en el papel es tan seguro
como lo que se toca. la fotografía
tiene algo que ver con la resurrección.
-quizás ya estaba allí
en lo real en el pasado
con aquel que veo ahora en el retrato.
los bizantinos decían que la imagen de Cristo
en el sudario de Turín no estaba hecha
por la mano del hombre.
he deportado ese real hacia el pasado;
he prendido sobre la foto una tachuela roja.
a través de esa imagen (en la pared, en la foto)
somos otra vez contemporáneos.
la reserva del cuerpo en el aire de un rostro,
esa anímula, tal como él mismo,
aquel a quien veo ahora en el retrato
algo moral, algo frío.

 

era finales de siglo y no había escapatoria.
la cúpula había caído, la utopía
de una bóveda inmensa sujeta mi cabeza,
había caído.
el cristo negro de la Iglesia del Cristo
-al menos, así lo veía a contra luz-
reflejando su alma en pleno mediodía.
podía aún fotografiar al Cristo aquel;
tener esa resignación casual
para recuperar la fe.
también volver los ojos para mirar las hojas amarillas,
el fantasma de árbol del Parque Central,
su fuente seca.
(y tú que me exiges todavía alguna fe).

 

mi amigo era el hijo supuesto o real.
traía los poemas en el bolsillo
del pantalón escolar.
siempre fue un muchacho poco común
al que no pude amar
porque tal vez, lo amé. la madre (su madre),
fue su amante (mental?)
y es a lo que más le temen.
qué importa si alguna vez se conocieron
en un plano más real.
en la casa frente al malecón, tenía aquel
viejo libro de Neruda dedicado por él.
no conozco su letra, ni tampoco la certeza.
no sé si algo pueda volver a ser real.
su hijo era mi amigo,
entre la curva azul y amarilla del mar.
lo que se ve en el papel es tan seguro
como lo que se toca. (aprieto la tachuela roja,
el clic del disparador... lo que se ve no es
la llama de la pólvora, sino el minúsculo relámpago
de una foto).
el hijo, (su hijo) vive en una casa amarilla
frente al malecón -nadie lo sabe, él tampoco lo sabe-
es poeta y carpintero.
desde niño le ponían una boina
para que nadie le robara la ilusión de ser,
algún día, como él.
algo en la cuenca del ojo, cierta irritación;
algo en el silencio y en la voluntad
se le parece, entre la curva azul
y amarilla del mar.
-dicen que aparecieron en la llanura
y que no estaba hecha por la mano del hombre-
quizás ya estaba allí, esperándonos.
la verosimilitud de la existencia es lo que importa,
pura arqueología de la foto, de la razón.

(y tú que me exiges todavía alguna fe).

 

el Cristo negro de la Isla del Cristo sigue intocable,
a pesar de la falsificación que han hecho
de su carne en la restauración;
la amante sigue intocable
y asiste a los homenajes en los aniversarios;
(su hijo), mi amigo, el poeta, el carpintero de Malecón,
pisa con sus sandalias cuarteadas
las calles de La Habana;
los bares donde venden un ron barato a granel
y vive en una casa amarilla
entre la curva azul y oscurecida del mar.
que importancia tiene haber vivido
por más de quince años tan cerca del espíritu de aquel,
de su rasgo más puro, de su ilusión genética,
debajo de la sombra corrompida
del árbol único del verano treinta años después?
si él ha muerto, si él también va a morir?
no me atrevo a poner la foto legendaria sobre la pared.
un simple clic del disparador, una tachuela roja
y los granos de plata que germinan
(su inmortalidad)
anuncian que la foto también ha sido atacada
por la luz; que la foto también morirá
por la humedad del mar, la duración;
el contacto, la devoción, la obsesión
fatal de repetir tantas veces que seríamos como él.
en fin, por el miedo a la resurrección,
porque a la resurrección toca también la muerte.

 

sólo me queda saber que se fue, que se es
la amante imaginaria de un hombre imaginario
(laberíntico)
la amiga real del poeta de Malecón,
con el deseo insuficiente del ojo que captó
su muerte literal, fotografiando cosas
para ahuyentarlas del espíritu después;
al encontrarse allí, en lo real en el pasado
en lo que ha sido
por haber sido hecha para ser como él;
en la muerte real de un pasado imaginario
-en la muerte imaginaria de un pasado real-
donde no existe esta fábula, ni la importancia
o la impotencia de esta fábula,
sin el derecho a develarla
(un poema nos da el derecho a ser ilegítimos en algo más
que su trascendencia y su corruptibilidad).
un simple clic del disparador
y la historia regresa como una protesta de amor
(Michelet)
pero vacía y seca. como la fuente del Parque Central.

 

o el fantasma de hojas caídas que fuera su árbol protector.
ha sido atrapada por la luz (la historia, la verdad)
la que fue o quiso ser como él,
la amistad del que será o no será jamás su hijo,
la mujer que lo amó desde su casa abierta,
anónima, en la página cerrada de Malecón;
debajo de la sombra del clic del disparador
abierto muchas veces
en los ojos insistentes del muchacho
cuya almendra oscurecida
aprendió a mirar
y a callar
como elegido.
(y tú me exiges todavía alguna fe?)

 

 

 

almeno così lo vedevo in controluce

 

Per Fernando García

 

ho attaccato sulla foto un chiodino rosso.
-sulla foto famosa e leggendaria-
l’ectoplasma di quel che è stato,
quel che si vede sulla carta è così certo

come quel che si tocca. la fotografia
ha qualcosa in comune con la resurrezione.
-forse già stavo lì

nella realtà del passato

con colui che adesso vedo nel ritratto.

i bizantini dicevano che l’immagine di Cristo

nel sudario di Torino non era stata fatta

della mano dell’uomo.

ho deportato quella realtà verso il passato;

ho attaccato sopra la foto un chiodino rosso.
grazie a quell’immagine (nella parete, nella foto)
siamo ancora una volta contemporanei.

la riserva del corpo nell’aspetto d’un volto,

quella piccola anima, proprio come lui stesso,

colui che vedo ora nel ritratto

un po’ morale, un po’ freddo.

 

era la fine del secolo e non aveva vie di scampo.

la cupola era caduta, l’utopia

d’un altare immenso che si afferrava alla mia testa,

era caduta.

il cristo nero della Chiesa del Cristo
-almeno, così lo vedevo in controluce-

mentre rifletteva la sua anima in pieno mezzogiorno.

potevo ancora fotografare quel Cristo;

avere quella rassegnazione casuale

per recuperare la fede.

oppure girare gli occhi per guardare le foglie gialle,

il fantasma dell’albero del Parco Centrale,

la sua fonte asciutta

(e tu che pretendi da me ancora un po’ di fede).

 

il mio amico era il figlio presunto o reale.

portava le poesie nella tasca

dei pantaloni di scuola.

fu sempre un ragazzo poco comune

che non potei amare

perché forse, lo amai. la madre (sua madre),

fu sua amante (mentale?)

ed è la cosa più temuta.

che importa se qualche volta si conobbero

su un piano più reale.

nella casa davanti al lungomare, avevo quel

vecchio libro di Neruda con la sua dedica.

non conosco la sua scrittura, non ho alcuna certezza.

non so se qualcosa può tornare a essere reale.

suo figlio era mio amico,

tra la curva azzurra e gialla del mare.

quel che si vede sulla carta è così certo

come quel che si tocca (pigio il chiodino rosso,

il clic dello scatto... quel che si vede non è

la fiamma della polvere, ma il minuscolo lampo

d’una foto).

il figlio (suo figlio) vive in una casa gialla

di fronte al lungomare -nessuno lo sa, neppure lui lo sa-

è poeta e falegname.

da bambino gli mettevano un basco

perché nessuno gli rubasse l’illusione d’esistere,

un giorno, come lui.

qualcosa nell’orbita degli occhi, una certa irritazione;

qualcosa nel silenzio e nella volontà

gli appare, tra la curva azzurra

e gialla del mare.

-dicono che comparvero nella pianura

e che non era fatta dalla mano dell’uomo-

forse è già lì, ci attende.

la verosimiglianza dell’esistenza è quel che importa,

pura archeologia della foto, della ragione.

(e tu che pretendi da me ancora un po’ di fede).

 

il Cristo nero dell’Isola del Cristo prosegue intoccabile,

nonostante la falsificazione che hanno fatto

della sua carne nella restaurazione;

l’amante prosegue intoccabile.

e assiste agli omaggi negli anniversari;

(suo figlio), il mio amico, il poeta, il falegname del Malecón,

calpesta con i suoi sandali malandati

le strade dell’Avana;

i bar dove vendono rum economico in abbondanza

e vive in una casa gialla

tra la curva azzurra e annerita del mare.

che importanza ha l’aver vissuto

per oltre quindici anni così vicina al suo spirito,

al suo raggio più puro, alla sua illusione genetica,

sotto l’ombra corrotta

dell’unico albero dell’estate trent’anni dopo?

se lui è morto, se anche lui dovrà morire?

non oso mettere la foto leggendaria sulla parete.

un semplice clic dello scatto, un chiodino rosso

e i chicchi d’argento che germogliano

(la sua immortalità)

annunciano che anche la foto è stata attaccata

dalla luce: che anche la foto morirà

per l’umidità del mare, il passare del tempo;

il contatto, la devozione, l’ossessione

fatale di ripetere tante volte che saremo come lui.

infine, per la paura della resurrezione,

perché anche alla resurrezione tocca la morte.

 

mi resta solo di sapere che se ne andò, se è

l’amante immaginaria di un uomo immaginario

(labirintico)

l’amica reale del poeta del Malecón,

con il desiderio insufficiente dell’occhio che catturò

la sua morte letterale, fotografando cose

per poi metterle in fuga dallo spirito;

trovandosi lì, nella realtà del passato

in quel che è stato

per essere stata fatta per essere come lui;

nella morte reale d’un passato immaginario

- nella morte immaginaria d’un passato reale -

dove non esiste questa fiaba, né l’importanza

o l’impotenza di questa fiaba,

senza il diritto di rivelarla

(una poesia non ci autorizza a essere illegittimi in nient’altro

che la sua trascendenza e la sua corruttibilità).

un semplice clic dello scatto

e la storia ritorna coma un reclamo d’amore

(Michelet)

ma vuota e asciutta. come la fonte del Parco Centrale.

 

o il fantasma dalle foglie cadute che fu il suo albero protettore.

è stata acciuffata dalla luce (la storia, la verità)

il fatto che fu o volle essere come lui,

l’amicizia di colui che sarà o non sarà mai suo figlio,

la donna che l’amò dalla sua casa aperta,

anonima, nella pagina chiusa del Malecón;

all’ombra del clic dello scatto

aperto molte volte

negli occhi insistenti del ragazzo

la cui mandorla annerita

apprese a guardare

e a tacere

come predestinato.

(e tu pretendi da me ancora un po’ di fede?)


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TELLUSfolio - Supplemento telematico quotidiano di Tellus
Dir. responsabile Enea Sansi - Reg. Trib. Sondrio n. 208 del 21/12/1989 - ISSN 1124-1276 - R.O.C. N. 32755 LABOS Editrice
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