ESTOY DURMIENDO en una especie de celda. Cuatro paredes bien desnudas. La luna cuela sus rayos por el ventanillo. Como no dispongo de un mísero jergón me veo obligado a acostarme en el suelo. Debo confesar que siento bastante frío. No es invierno todavía, pero yo estoy desnudo y a esta altura del año la temperatura baja mucho por la madrugada.
De pronto alguien me saca de mi sueño. Medio dormido todavía veo parado frente a mí a un hombre que, como yo, también está desnudo. Me mira con ojos feroces. Veo en su mirada que me tiene por enemigo mortal. Pero esto no es lo que me causa mayor sorpresa, sino la búsqueda febril que el hombre acaba de emprender en espacio tan reducido. ¿Es que se dejó algo olvidado?
– ¿Ha perdido algo? – le pregunto.
No contesta a mi pregunta, pero me dice:
– Busco un arma con que matarte.
– ¿Matarme…? – la voz se me hiela en la garganta.
– Sí, me gustaría matarte. He entrado aquí por casualidad. Pero ya ves, no tengo un arma.
– Con las manos – le digo a pesar de mí, y miro con terror sus manos de hierro.
– No puedo matarte sino con un arma.
– Ya ves que no hay ninguna en esta celda.
– Salvas la vida – me dice con una risita protectora.
– Y también el sueño – le contesto.
Y empiezo a roncar plácidamente.
VIRGILIO PIÑERA
Una nudità salvifica
STO DORMENDO in una specie di cella. Quattro pareti completamente nude. La luna filtra i suoi raggi dal finestrino. Visto che non dispongo neppure di un misero pagliericcio mi vedo obbligato a coricarmi per terra. Devo confessare che sento abbastanza freddo. Non è ancora inverno, ma sono nudo e in questo periodo dell’anno la temperatura scende molto nelle prime ore del mattino.
All’improvviso qualcuno mi risveglia dal mio sonno. Ancora mezzo addormentato vedo immobile davanti a me un uomo, pure lui nudo. Mi osserva con occhi feroci. Vedo nel suo sguardo che mi considera un nemico mortale. Ma non è questo a sorprendermi di più, quanto il fatto che l’uomo stia compiendo una ricerca febbrile in uno spazio così ridotto. Forse ha dimenticato qualcosa?
– Ha perso qualcosa? – gli chiedo.
Non risponde alla mia domanda, ma dice:
– Cerco un’arma per ucciderti.
– Uccidermi...? – le voce mi si ferma in gola.
– Sì, mi piacerebbe ucciderti. Sono entrato qui per caso. Ma come vedi, non ho un’arma.
– Con le mani – gli dico nonostante stia parlando di me, e guardo con terrore le sue mani di ferro.
– Non posso ucciderti senza un’arma.
– Come vedi in questa cella non ce ne sono.
– Ti sei salvato la vita – mi dice con una risata protettiva.
– E anche il sonno – gli rispondo.
E comincio a russare tranquillamente.
Traduzione di Gordiano Lupi
da El que vino a salvarme (1957)